domingo, 6 de septiembre de 2015

.....y dejaron de hacer castillos en la arena

Sacudo la cabeza para librarme de las últimas gotas de sudor frío que me producen las imágenes del niño muerto en la playa. Fotografías y vídeos con las que me han bombardeado en los últimos días los medios en un baldío esfuerzo, en mi caso, por lavarme el cerebro a golpe de emociones, de cortocircuitarme cualquier análisis racional y de desviar mi atención sobre la etiología de este pecado social que nos abruma, de este espectáculo siniestro de miles y miles de personas huyendo de las bombas y del hambre, ahogados, masacrados, descuartizados por las mafias que han encontrado en esta tragedia humanitaria un deleznable nicho de negocio. No se si pretenden que me sienta culpable, que me apunte a una ONG, o que envie unos cuantos euros a tal y tales cuentas que nos anuncian esos , oh cielos, caritativos bancos. Pero, lo siento, yo no voy a sentirme culpable de que un niño muera en la playa o de que un migrante perezca ahogado en el Mediterráneo. Cierto que el pecado social se genera en el interior del hombre y de allí pasa a las instituciones que crea. Y cierto es que si contribuimos con nuestro comportamiento y con nuestros votos a que en nuestros países, en nuestras ciudades, en nuestros pueblos gobiernen políticos sin principios, economistas sin moral o como decía Gandhi, consentimos gobiernos que procuren bienestar sin trabajo, educación sin carácter, ciencia sin humanidad, goce sin conciencia, estamos entrando en una responsabilidad de ámbito social. Pero también es cierto que en absoluto me voy a sentir culpable de este pecado colectivo. Llevo años cumpliendo con mi obligación ciudadana de formarme, de informarme y de denunciar pública y privadamente todo aquello que ha conducido a esta tragedia. Como el lobo estepario de la novela de Hesse, no he parado de tañer la flauta en el rumoroso bosque; creo haber arrojado mi gota de agua sobre este horrible incendio, y espero, que alguien halla escuchado mi música y que algún ascua de este pavoroso incendio también halla apagado .

EL FASTUOSO RUIDO ENSORDECEDOR DE LA MUERTE

  Conocí a Radi en la embajada de Jordania en Madrid. Era un beduino alto y fornido que inspiraba confianza con su rostro siempre sonriente ...